Kike Figaredo: «El budismo nos ha dado lecciones de cooperación y tolerancia»

La ONG S.A.U.C.E (Solidaridad, Ayuda y Unión Crean Esperanza) fue fundada por un grupo de amigos y familiares del monseñor gijonés Kike Figaredo, popularmente conocido como “el obispo de las sillas de ruedas”. Su misión se desarrolla en Camboya, país al que Kike llegó siendo muy joven, en 1985, pocos años después del brutal genocidio que sufrió bajo la dictadura de Pol Pot y en plena guerra civil. Afincado en la ciudad de Battambang, donde es Prefecto Apostólico de la diócesis, y presidente de Cáritas Camboya, Kike Figaredo dedica su vida a ayudar a los más necesitados, especialmente discapacitados, refugiados y niños. En 2011, la ONG fue galardonada con el Premio Luis Noé Fernández de Lucha contra el Hambre.

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¿Cómo han cambiado las cosas desde que recibieron el Premio Luis Noé Fernández?

Estamos creciendo poco a poco y mejorando nuestra capacidad de gestión. Hemos construido un nuevo centro de acogida para niños con discapacidad mental y física. Tenemos muchos pequeños con parálisis cerebral y autismo. Además, también inauguramos un centro de día, una escuela de secundaria y un centro de producción textil. En esta fábrica trabajan sesenta personas, y cuarenta de ellas tienen una discapacidad provocada por las minas antipersona.

El proyecto premiado “Cultivo y ayuda en arroz a la población en situación vulnerable de las zonas rurales” volverá a recibir ayuda este año por parte de la Fundación. ¿En qué consiste exactamente?

Si hay arroz en casa los niños pueden ir a la escuela. Es así de sencillo. Se trata de familias muy pobres, que viven en condiciones absolutamente precarias. Las inclemencias meteorológicas de la zona agravan aún más la situación: hay inundaciones, fuertes vientos… Con este proyecto tratamos de evitar que haya niños viviendo en la calle, mendigando y en muchos casos delinquiendo, adentrándose en el mundo de la droga… Así, el niño come, va a la escuela y también tiene acceso a la sanidad gratuita. Muchos de los que recibieron ayuda en 2011 gracias al Premio Luis Noé Fernández ahora están a punto de empezar sus estudios en la Universidad. Esto es un triunfo de todos.

¿Cuál es la situación actual de Camboya?

El país se está desarrollando muy rápidamente pero con muchas desigualdades. Además, las consecuencias del cambio climático están siendo muy graves, especialmente para la población campesina. Hay que adaptarse a la nueva situación y modificar la producción de arroz, pero es muy complicado cambiar la mentalidad de la población rural. Esto también es parte de nuestro trabajo: dar formación y sensibilizar.

Allí conviven con la religión budista de una forma muy natural y colaborativa.

Por supuesto, la relación es buenísima. Otras organizaciones cristianas se instalan en África con la intención de evangelizar. Nosotros no pensamos así. Quien quiera venir a la Iglesia, que lo haga. Pero ese no es nuestro objetivo. La colaboración con la comunidad budista es muy bonita. Tenemos un convenio con su Universidad y en nuestras escuelas la mayoría de los profesores son budistas. Ellos nos han dado lecciones de cooperación y tolerancia. Desde el primer día nos abrieron las puertas para trabajar juntos.

Han pasado muchos niños y jóvenes por sus manos… ¿Recuerda alguna historia que le haya marcado especialmente?

Es imposible quedarme solo con una, pero ahora mismo me viene a la cabeza un chico, Map. Es el tercero de ocho hermanos y cuando le conocimos vivía en unas condiciones muy difíciles. Empezó a ir a nuestra escuela y terminó formándose como electricista. Además, le encanta el baile, así que también se ha hecho profesor de danza. Y lo más importante: se ha convertido en un líder para los más pequeños. Les anima para que estudien y tengan un futuro. Es un chico estupendo.

El libro de José María Rodríguez Olaizola, “El corazón del árbol solitario”, cuenta su historia…

Es mi historia, la de mi vida desde que me fui a Camboya, pero sobre todo la de todas las personas que he ido conociendo en este camino. Los beneficios de la venta del libro se destinan a la ONG y de momento ya hemos recibido lo suficiente como para iniciar las obras de un nuevo edificio en el Centro Arrupe de acogida a discapacitados por las minas antipersona. Ese árbol es muy especial, es un lugar mágico para los camboyanos y desde luego también para nosotros. Se ha convertido en el símbolo de nuestro paso por este país.

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Kike Figaredo junto al «árbol solitario». Foto: ONG S.A.U.C.E.

 

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